Del sicariato barrial al Congreso: la oscura vida política de Pablo Escobar

Pablo Escobar es ampliamente recordado en el país por su vida en medio de la droga, las balas, el dinero y las muertes que causó. El narcotraficante emprendió camino en Antioquia y fundó el Cartel de Medellín, uno de los grupos criminales que más azotó al país con atentados y asesinatos de civiles.

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El capo fue dado de baja el 2 de diciembre de 1993. La imagen de su cuerpo caído al lado de uniformados de la Policía, en uno de los tejados de la capital paisa, sigue en la mente de los colombianos. Para muchos, ese cuadro representó el final de la guerra más sangrienta que nubló a la nación entre 1970 y 1990.

Además de su carrera en el tráfico de estupefacientes, Escobar incursionó en la política; tanto así que llegó a ocupar una silla en el Congreso de la República.

El primer referente que se tiene de su vida política está con los movimientos y campañas sociales que ejecutó en barrios vulnerables de Envigado y la capital de Antioquia, como lo recopiló EL TIEMPO en un informe de 1993.

‘Civismo en marcha’ y ‘Medellín sin tugurios’ fueron sus programas.

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“La ideología principal de nuestro movimiento es el civismo, nacionalismo, programas sociales, ecológicos y deportivos”, mencionó Escobar, en charla con un periodista de televisión.

En 1983 ya había puesto foco en él la ‘Revista Semana’. Le dedicó un artículo bajo el título de ‘Un Robin Hood paisa’. Un calificativo que el mismo narco no contempló, pero que “le resultaba bastante interesante”.

Era común verlo en los barrios inaugurando centros deportivos, entregando casas y más. A los que se vieron beneficiados con sus ‘ayudas’ tal vez no les generó curiosidad saber de dónde provenía tanto dinero. Más tarde lo comprenderían; era producto de la barbarie.

En 1982,  Escobar rondó por los pasillos del Congreso de la República. Resultó elegido como suplente de Jairo Ortega, representante a la Cámara por Antioquia.

“Apoyamos la candidatura de Pablo Escobar para la Cámara porque su juventud, su inteligencia y su amor por los desprotegidos lo hacen merecedor de la envidia de los políticos de cóctel”, decía un comunicado del Movimiento de Renovación Liberal, liderado por Ortega.

Había logrado llegar hasta el Legislativo, producto de una alianza de ese grupo político y el Movimiento Alternativa Popular, que encabezó Alberto Santofimio Botero.

Escobar fue protagonista de uno de los hechos más curiosos de los que se tienen cuenta en el Capitolio, tal como lo contó EL TIEMPO en 2019.

Los senadores y representantes debían ingresar a las plenarias y comisiones con traje y corbata. Era un requisito o se les impedía su entrada. Sin embargo, él no la llevaba puesta.

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Un celador del recinto no tuvo inconveniente en prestarle la suya. Álvaro Forero, funcionario y grabador del Senado, recordó en su momento a este diario que el narcotraficante agradeció la colaboración del vigilante y no escatimó en la recompensa: 300.000 pesos de la época.

El entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, tenía información de los pasos del narco. Así que en medio de una cita en el Capitolio, aprovechó para hacer alusión al paisa: “Hay investigaciones en los Estados Unidos que no puedo dar, informar aquí en esta noche en la Cámara sobre actuaciones delictivas del suplente del doctor Ortega”, sentenció.

“Quiero informar a la opinión pública que el señor ministro de Justicia tiene un plazo de 24 horas para que presente las pruebas concretas de la sindicación que me hizo”, replicó Escobar en una posterior rueda de prensa.

Estados Unidos, efectivamente, lo tenía en la mira. Para septiembre de 1983, las autoridades norteamericanas le cancelaron la visa de turista y la DEA, 'Drugs Enforcement Administration', lo señaló oficialmente como narcotraficante.

En medio del revuelo, tuvo que retroceder en sus aspiraciones políticas. De hecho, quería saltar del Congreso a la Casa de Nariño, pero todo empezó a caer: la plenaria de la Cámara le retiró la inmunidad parlamentaria para que respondiera por otra serie de acusaciones que ya tenía en expedientes abiertos en juzgados y tribunales de Colombia, como informó EL TIEMPO en 1993.

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El 20 de enero de 1984, el capo anunció su retiro de la política, después de la avalancha de señalamientos. No pertenecería más al Movimiento de Renovación Liberal.

Como hacía y ordenaba lo que le parecía, mandó asesinar a Lara Bonilla durante la noche del 30 de abril de 1984. Un crimen que fue declarado de lesa humanidad y que en la actualidad sigue en investigación como muchos de los que se cometieron bajo sus órdenes. 

A partir de ahí su vida transcurrió entre fugas de los operativos policiales para capturarlo, decenas de casos de sicariato y asesinatos de quienes representaban un peligro para sus planes, atentados en diferentes ciudades del país y, por supuesto, el continúo envío de droga.

Todo cesó el 2 de diciembre de 1993. Todo lo relativo a él, porque el tráfico de estupefacientes y los rastros del Cartel de Medellín aún representan una amarga y dolorosa página para Colombia.

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