Los dos oficiales al mando de la retirada insisten en que recomendaron a Biden dejar un retén de 2.500 soldados, en contra de lo manifestado por el presidente
El general Mark Milley, responsable de la Junta de Jefes de Estado Mayor, declara este martes ante un comité del Senado.
El general Mark Milley, responsable de la Junta de Jefes de Estado Mayor, declara este martes ante un comité del Senado.JIM LO SCALZO / EFE

El secretario de Defensa de EE UU, Lloyd Austin, ha reconocido este martes ante el Congreso que el rápido colapso de Afganistán halló desprevenido al Pentágono, aunque asumió errores de cálculo a la hora de interpretar señales como la corrupción y la desmoralización del Ejército afgano ante el avance de los talibanes, así como el “liderazgo mediocre” del Gobierno de Kabul. La oposición republicana esperaba esta convocatoria -como la del secretario de Estado, Antony Blinken, hace dos semanas- para sacar partido político de la atropellada retirada de Afganistán, que puso fin oficialmente a veinte años de intervención militar en el país centroasiático y ha dejado vía libre a una posible reconstitución de Al Qaeda o el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas inglesas), lo que constituye “una amenaza real para EE UU”, según el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, que también declaró en la audiencia.

En una comparecencia ante el comité de Servicios Armados del Senado, a la que seguirá este miércoles otra ante la misma instancia de la Cámara de Representantes, Austin aseguró que la arrolladora victoria talibán fue imprevista. “El hecho de que el Ejército afgano que nosotros y nuestros aliados entrenamos y formamos se deshiciera en muchos casos sin efectuar un solo disparo nos pilló a todos por sorpresa”, ha declarado el jefe del Pentágono. “Sería deshonesto contarlo de otro modo”, subrayó.

“Debemos tener en cuenta una verdad incómoda, el hecho de que no entendimos del todo la profundidad de la corrupción y el liderazgo mediocre en sus rangos superiores, tampoco el efecto dañino de las rotaciones frecuentes e inexplicables hechas por el presidente [Ashraf] Ghani con sus comandantes”, expuso Austin, recordando que el acuerdo de Doha, que en febrero de 2020 pactó las condiciones de la retirada entre el presidente Donald Trump y los talibanes, tuvo “un efecto desmoralizador sobre los soldados afganos”.

Austin se ha aferrado al discurso oficial de la Administración demócrata, el mismo que sostuvo Blinken dos semanas atrás: defender la retirada de Afganistán y encarecer la labor de los militares que lograron evacuar a 124.000 personas del país en apenas dos semanas, a un coste muy alto: los 13 soldados estadounidenses muertos en un ataque suicida en el aeropuerto de Kabul en la recta final del colosal puente aéreo instrumentado por EE UU y sus aliados. Austin reformuló las críticas de republicanos y un puñado de demócratas en leve autocrítica. “¿Que [la evacuación] fue perfecta? Desde luego que no”, dijo, citando el caso de los afganos que intentaron huir agarrados al fuselaje de los aviones estadounidenses y que murieron al caer al vacío sobre la pista.

Junto a Austin, han testificado los dos oficiales de mayor rango implicados en el operativo, el general Mark Milley, responsable de la Junta de Jefes de Estado Mayor, y el general Frank McKenzie, al frente del Comando Central de EE UU. Su intervención produjo los titulares más rotundos. Ambos reconocieron que habían aconsejado a Biden mantener un retén de 2.500 soldados en Afganistán, en abierta contradicción con la versión del mandatario. La Casa Blanca ha rehusado por el momento confirmar el consejo de los oficiales. Milley lanzó además una seria advertencia sobre la posibilidad real de que Afganistán se convierta de nuevo en base de grupos terroristas como Al Qaeda, que podría intentar golpear a EE UU gracias al apoyo de las nuevas autoridades afganas. Los talibanes “son todavía una organización terrorista, que aún no ha roto lazos con Al Qaeda”. “Debemos seguir protegiendo a EE UU y a su población de ataques terroristas desde Afganistán. Una Al Qaeda o un ISIS reconstituidos con aspiraciones de atacar EE UU es una posibilidad muy real”, alertó.

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La advertencia de Milley apenas si ha logrado acallar la controversia que le persigue desde hace semanas, cuando en el adelanto del libro Peril (Peligro), de los periodistas Robert Costa y Bob Woodward se le atribuyen llamadas a su hómologo chino para alertarle de un hipotético ataque de EE UU en el tramo final de la presidencia de Trump, así como una reunión secreta con la cúpula militar para instrumentar planes de contingencia tras el asalto al Capitolio en enero. Milley ha defendido este martes sus contactos con sus interlocutores chinos mientras aseguraba “estar seguro de que Trump en ningún momento quiso atacar a China”. La polémica, alimentada por los círculos políticos y periodísticos de Washington, se basa en las dos conversaciones telefónicas que Milley mantuvo con su homólogo chino, una en octubre de 2020 y otra en enero, justo antes de asumir la presidencia Joe Biden, para tranquilizar a Pekín y transmitirle que EE UU no iba a lanzar ningún ataque en su contra. Los republicanos han pedido su dimisión desde que estalló la polémica y Trump, que sea juzgado por traición por obrar “a espaldas del presidente”. Biden, sin embargo, le ha testimoniado su “gran confianza”.

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