Se cumplen cinco años de la muerte del lanzador cubano en un absurdo accidente marítimo en Miami Beach. Con apenas 24 años, Fernández había tocado la cima del triunfo, reservada solo para figuras de excepción en Grandes Ligas.

Han pasado cinco años de la tragedia, pero todavía es un golpe que no logro asimilar como una pérdida permanente. Fue un domingo lleno de dolor y pesadumbre que enlutó a la afición beisbolera, a una ciudad y a un país. José Delfín Fernández Gómez, llamado a reinar como el mejor lanzador cubano en la historia de Grandes Ligas y uno de los grandes de todos los tiempos, había fallecido en la madrugada del 25 de septiembre de 2016 en un absurdo accidente marítimo en Miami Beach.

La embarcación volcada e incrustada sobre una barrera rocosa fue la imagen simbólica de la devastación. Miami -y especialmente el Miami cubano- entró en un estado de trance ante un infortunio inconmensurable. Un joven que apenas con 24 años había tocado la cima del triunfo, reservada solo para figuras de excepción, un inmigrante cubano que se imponía a fuerza de talento y voluntad, un muchacho carismático y sonriente que imantaba con su sola presencia, eran demasiadas razones para poder digerir una adversidad que parecía dictada por un extraño maleficio.

En realidad, Fernández fue una sensación deportiva, un exabrupto del béisbol de los que aparecen muy excepcionalmente para marcar una época. A sus condiciones físicas y sus destrezas naturales para jugar pelota, unía la pasión por competir y el disfrute de entregarse en el terreno con alegría desbordante.

Casa de José Fernández en Miami. Recuerdos conservados por su madre, Maritza Gómez. Foto: Wilfredo Cancio Isla.

Cuando se repasan los números y se hace el recuento de su labor en las cuatro temporadas de Grandes Ligas que cumplió con la franquicia de los Marlins, entre 2013 y 2016, resulta inevitable la certeza de que Fernández estaba en camino de alcanzar proezas únicas. Eso, sin olvidar que la temporada de 2014 y parte de la de 2015 se vieron afectadas por una cirugía de Tommy John que tuvo que realizarse en su brazo de lanzar.

Joseíto -como popularmente le llamaban sus seguidores- alcanzó en su debut la distinción de Novato del Año en una contienda en la que figuró entre los tres finalistas para llevarse nada menos que el Premio Cy Young, y llegó a figurar en dos Juegos de Estrellas.

Sus estadísticas totales son apabullantes. En 76 juegos lanzados en su carrera profesional, siempre como abridor, compiló récord de 38-17, con 569 ponches en 471.1 innings de actuación. Su promedio de carreras limpias fue de 2.58 y su WHIP de 1.05.

Objetos pertenecientes a José Fernández, conservados en la vivienda de su madre. Foto: W. Cancio Isla.

La muerte lo sorprende en una temporada de consagración. Había establecido récord de 253 ponchados para la franquicia y su frecuencia de 12.49 ponches por nueve entradas era la más alta en las Mayores. Ese año tuvo foja de 16-8, efectividad de 2.86 y lideró a los lanzadores de Grandes Ligas con el menor porcentaje de contacto de los bateadores enfrentados (67.5%). La contienda le daba para una apertura más, el lunes 26 de septiembre en el estadio de La Pequeña Habana, pero el destino le tendió una trampa fatal.

Pero había algo más allá de las estadísticas que le otorgaba definitivamente un singular atractivo a Fernández. Y era su leyenda. Una historia que imantó a la comunidad del sur de la Florida como nunca antes había sucedido con peloteros de los Marlins desde el nacimiento de la franquicia en 1993, y que condicionó una complicidad entre los fanáticos y su figura de guerrero sonriente. El "espíritu Fernández" se sentía en el entorno del estadio y atrapaba hasta los vendedores de espacios de parqueo en el vecindario.

"Hoy va a pitchear el Niño Cubano, ese es el mío, así que el parqueo vale más", me dijo sonriente uno de los vecinos del área la última vez que pude verlo lanzar en La Pequeña Habana.

Homenaje de los Cachorros de Chicago a José Fernández. Camiseta conservada en la casa de Maritza Gómez. Foto: W. Cancio Isla

Fernández encarnó para muchos la determinación de libertad y el triunfo del cubano en el exilio: el muchacho humilde que abraza el béisbol en una barriada de Santa Clara; sus intentos frustrados de salida ilegal de Cuba; el tormentoso episodio de la fuga y el accidente de la embarcación en altamar, que lo obliga a rescatar a su propia madre del agua; su vuelta a los terrenos en Tampa de la mano de un mentor de lujo como Orlando Chinea, exentrenador de pitcheo de la selección cubana y exiliado en Estados Unidos tras una larga odisea de 11 salidas abortadas; su inobjetable superioridad atlética en las ligas escolares y el vertiginoso ascenso a Grandes Ligas... Un itinerario de obstáculos vencidos con la aureola cubana, que elevó su popularidad a la escala de los mitos vivientes.

II

Escribo estos apuntes desde el amor por el béisbol que me acompaña desde la infancia y con el orgullo de haber conocido a Fernández, cubano y villareño. Su muerte me remontó inevitablemente a otro estelar del box, el espirituano José Antonio Huelga, fallecido en un accidente automovilístico en 1974, con solo 26 años y un brazo de hierro que dejó cifras impresionantes de dominio y efectividad.

Como ocurrió a muchos residentes de Miami, el fallecimiento y honras fúnebres de Fernández me impactaron severamente durante esos días aciagos. Pero nada se compara con el reto profesional y la sacudida emocional que constituyó para mí la visita a la casa de su madre, Maritza Gómez, en 2017, justamente un año después del fallecimiento del lanzador. La vivienda es un santuario de objetos personales, trofeos, fotos y amplia memorabilia de su trayectoria, pero sobre todo es el lugar donde se percibe, sobre todo, el vacío irreparable que dejó en sus seres queridos.

Para mí lo más sobrecogedor sigue siendo haber escuchado el relato de Maritza y entender las preguntas que ella -con la perseverancia del amor materno- sigue haciéndole a la vida.

En casa de José Fernández en Miami. Foto: W. Cancio Isla.

Como en otras ocasiones anteriores, Maritza estará al amanecer de este 25 de septiembre en el mar, en las cercanías del lugar que le arrancó a su hijo amado. Para ella no hay consuelo posible y todas las palabras resultan ineptas para paliar la tristeza de esta hora, pero me atrevo a decirle, que de alguna manera, todos estaremos con ella allí, arropando la memoria de José.

III

El abogado cubanoamericano Ralph Fernández, quien figuró como consejero personal y amigo entrañable del pelotero, ha sido una pieza clave en las cuestiones legales que se derivaron del accidente marítimo, con el saldo de otros dos tripulantes fallecidos: Emilio Jesús Macías, de 27 años, y Eduardo Rivero, de 25.

La interpretación de las autoridades sobre el incidente, contenidas en el informe de la Comisión de Conservación de Pesca y Vida Silvestre de la Florida (FWC), inculpan a José por el accidente y añaden otros ingredientes sobre la posibilidad de que conducía el yate ebrio y bajo los efectos de estupefacientes.

El abogado Fernández, radicado en Tampa, se ha opuesto fervientemente a la versión de la FWC y considera que la investigación estuvo viciada desde un comienzo, lo que comprometió el caso y derivó en conclusiones erróneas.

La refutación de Ralph Fernández está contenida en un documento de 167 páginas, entregado en 2018, en el cual se cuestionan las evidencias manejadas por la FWC.

"El documento es extenso y detallado, pero creo que se ha leído muy poco entre los que abordan el tema de José en los medios de comunicación", me dijo Fernández esta semana.

Aunque hay numerosos enigmas que perduran en el caso, lo cierto es que todas las cuestiones legales -incluyendo una demanda contra el patrimonio del pelotero- se han resuelto sin acudir a un proceso judicial, con un acuerdo en términos no revelados.  

Sin embargo, la obsesión de Fernández sigue siendo preservar la memoria de su querido y joven amigo, que solía llamarle a cualquier hora para consultarle las cuestiones más increíbles, a veces con un candor casi infantil.

"José fue crucificado ante la opinión pública por un informe deficiente y lo menos que puedo hacer es defender su imagen y su legado", dijo Fernández.

IV

La desmemoria de José Fernández también toca a las puertas de los Marlins de Miami. Los recuerdos del as cubano, sin dudas el jugador que energizaba la franquicia, desaparecieron del estadio y el equipo miamense no parece interesado en rescatarlo como parte de su historia.  Fernández y Liván Hernández -en 1997- han sido los dos únicos ídolos cubanos de una organización que, por razones obvias, debió agenciarse grandes jugadores de ese origen, pero que tradicionalmente no ha hecho más que descubanizarse.  

Maritza reclama al menos que los Marlins retiren oficialmente el número 16 en tributo a su hijo: "Es lo que pido por respeto a él y a la comunidad que tanto lo merece, pero nunca me dan respuesta siendo algo tan sencillo. El está con Dios y nosotros siempre lo llevaremos en nuestros corazones".


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