Los temores exagerados de que el coronavirus podía transmitirse por las superficies estigmatizan el manejo de residuos seguros, dicen los expertos.

Los temores exagerados de que el coronavirus podía transmitirse por las superficies estigmatizan el manejo de residuos seguros, dicen los expertos.

En todo Brasil, las plantas de reciclaje dejaron de funcionar durante meses. En Uganda, en un depósito de chatarra faltan plásticos reutilizables. Y en la capital de Indonesia, los guantes y protectores faciales desechables se acumulan en la desembocadura de un río.

El aumento del consumo de plásticos y envases durante la pandemia ha producido montañas de residuos. Sin embargo, debido a que el temor a la COVID-19 ha provocado paros en las instalaciones de reciclaje, parte del material reutilizable se ha desechado o quemado.

Al mismo tiempo, los expertos en residuos sólidos afirman que se han clasificado erróneamente como peligrosos grandes volúmenes de equipo de protección personal (EPP). Este material no suele estar permitido en la basura normal, por lo que gran parte se desecha en fosas de quema o como residuos.

Los expertos afirman que un problema en ambos casos es que un temor inicial —que el coronavirus pudiera propagarse fácilmente a través de las superficies— ha creado un estigma difícil de eliminar en torno a la manipulación de basura perfectamente segura. Desde entonces, muchos científicos y organismos gubernamentales han comprobado que el temor a la transmisión por medio de las superficies era totalmente exagerado. No obstante, las viejas costumbres son difíciles de erradicar, sobre todo en los países donde no se han actualizado las directrices de eliminación de residuos y los funcionarios siguen luchando contra nuevos brotes.

“Como no existe una vía de transmisión a través del reciclaje, por ejemplo, seguimos encontrando cosas que se queman en lugar de reciclarse porque la gente tiene miedo” de la transmisión por superficies, dijo Anne Woolridge, que dirige un grupo de trabajo sobre residuos sanitarios para la Asociación Internacional de Residuos Sólidos. “Intentar educar a toda la población mundial en menos de un año es imposible”.

En cuanto al EPP, dijo Woolridge, la imagen de guantes y cubrebocas que ensucian por todo el planeta habría sido impensable antes de la pandemia. “Pero como todo el mundo dice que cualquier cosa que tenga que ver con la pandemia es un desecho médico, eso ha ejercido presión en el sistema”, explicó.

Adnan Abidi/Reuters

Las tasas de reciclaje cayeron bruscamente en todo el mundo el año pasado, en parte porque la demanda de los fabricantes disminuyó. En muchos países en los que la industria del reciclaje todavía se rige por la clasificación manual y no por la clasificación mediante máquinas, el trabajo en persona se detuvo por temor al virus.

En Brasil, por ejemplo, la generación de material reciclable en las ciudades aumentó un 25 por ciento en 2020, sobre todo por el aumento de las compras en línea, según Abrelpe, una asociación nacional de empresas de saneamiento. No obstante, los programas de reciclaje de varias ciudades suspendieron sus operaciones durante varios meses de todos modos, alegando el temor a la transmisión por superficies.

Esto tuvo un claro costo humano y medioambiental. Un estudio reciente reveló que, durante el periodo de suspensión, circularon al menos 16.000 toneladas menos de material reciclable de lo habitual, lo que supuso una pérdida económica de casi 1,2 millones de dólares al mes para las asociaciones de recicladores. Otro estudio arrojó que un mes de este tipo de suspensiones constituía una oportunidad perdida para ahorrar el consumo de energía eléctrica empleada por más de 152.000 hogares.

“La suspensión evidenció las debilidades de nuestro sistema”, dijo Liana Nakada, una de las autoras del segundo estudio e investigadora de la Universidad de Campinas. Ella y su marido guardaron sus desechos reciclables durante meses en su hogar para no descartarlos de manera inadecuada, pero fueron la excepción.

Según James Michelsen, experto en residuos sólidos de International Finance Corp., las tasas de reciclaje están volviendo a los niveles anteriores a la COVID-19 en las economías desarrolladas.

“Las cifras están volviendo a la normalidad, y estamos pasando de un debate sobre la covid a otro sobre la circularidad, la sustentabilidad y el reciclaje de plásticos”, comentó Michelsen.

Sin embargo, en los países en los que el reciclaje se lleva a cabo mediante recolectores informales, añadió, los cierres y los brotes siguen creando grandes trastornos.

Antes de que un reciente brote de covid afectara a la población de Kampala, Uganda, cientos de personas se reunían para recoger plásticos en un vertedero de la ciudad. Luego vendían los plásticos a intermediarios, que a su vez los vendían a empresas de reciclaje.

No obstante, cuando el país entró en confinamiento este verano, las restricciones de movimiento impidieron que los camiones recogieran la basura en algunos distritos. También se temía la transmisión por las superficies; los funcionarios dijeron que la covid estaba aumentando porque la gente no se había lavado las manos.

Hasta este mes, solo alrededor de un tercio de la cantidad habitual de recicladores acudían al vertedero de la ciudad de Kampala, dijo Luke Mugerwa, representante de un grupo local de encargados de recoger la basura. Algunos fabricantes que buscaban plásticos recuperados no lograron satisfacer sus necesidades.

“Todos los días buscan comprar plástico”, dijo Mugerwa. “La demanda existe, pero la oferta es muy baja”.

Brian Inganga/Associated Press

Otro desafío es el EPP usado que ha inundado el mundo desde los primeros días de la pandemia. Alrededor de ocho millones de toneladas métricas de plásticos llegan al océano cada año, y los expertos temen que el EPP usado y otros desechos puedan empeorar aún más la situación.

La mayor parte del EPP no es peligroso, pero muchos países siguen clasificándolo como tal, dijo Michelsen. Esto significa que los guantes y los cubrebocas usados se agrupan a menudo con los residuos médicos verdaderamente peligrosos y se les da un tratamiento muy costoso —un despilfarro de dinero— o se eliminan por otros medios.

“Si salen grandes volúmenes de estos desechos por la parte de atrás de los hospitales, en estas zonas que no tienen infraestructura, simplemente les prenderán fuego”, comentó Woolridge.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente calculó el año pasado que los centros sanitarios de todo el mundo producían cerca de 2,5 kilos de residuos médicos relacionados con la covid por persona y por día en todo el mundo. Según este organismo, en Yakarta, Indonesia, y otras cuatro megalópolis asiáticas, el índice de eliminación de residuos sanitarios en general ha aumentado alrededor de un 500 por ciento.

Una parte de esos residuos acaba inevitablemente en la basura. En la capital de Indonesia, los estudios prepandémicos de contaminación en la desembocadura de un río local realizados por el Centro de Investigación para la Oceanografía no mostraban mucho EPP. Pero un estudio reciente encontró que mascarillas, guantes, trajes de protección, escudos faciales y otro equipo similar representaban alrededor del 15 por ciento de la contaminación.

“Incluso en Yakarta, que tiene el mayor presupuesto del país para manejo medioambiental, los desperdicios siguen llegando al medio ambiente”, dijo Muhammad Reza Cordova, un científico que participa en los estudios. “¿Qué pasa en otras regiones con menores presupuestos?”.

Una preocupación que está surgiendo es que, a medida que la avalancha de material crea nuevas presiones para las autoridades locales, las jeringas y otros residuos médicos verdaderamente peligrosos pueden acabar en los lugares equivocados.

En los países más pobres del mundo, eso supondría un riesgo para la salud de los recicladores. En Bangladés, por ejemplo, decenas de miles de personas ya hurgan en los vertederos. Pero solo tres o cuatro de los 64 distritos del país disponen de instalaciones para eliminar de forma segura las jeringas usadas, afirmó Mostafizur Rahman, experto en residuos sólidos de la capital, Daca.

“Esos vertederos no son seguros ni higiénicos, por lo que es realmente preocupante en términos de salud y protección ambiental”, señaló Rahman, profesor de Ciencias Ambientales en la Universidad de Jahangirnagar.

Y como las jeringas y las ampolletas de vacunas son una mercancía valiosa en el mercado negro, las bandas criminales tienen un incentivo para robar el material de vacunación y revenderlo ilegalmente en el sistema sanitario.

A finales del año pasado, la Interpol advirtió que la pandemia ya había “desencadenado un comportamiento criminal depredador y oportunista sin precedentes” a causa del robo, falsificación y propaganda ilegal por las vacunas contra la COVID-19 y la influenza. La advertencia se emitió antes incluso de que la mayoría de la población mundial hubiera siquiera recibido un pinchazo contra la covid.

“Es un tema serio en el mercado”, dijo Michelsen. “Estas ampolletas tienen un gran valor en el mercado negro porque puedes llenarlas de lo que sea y venderlas”.

Manuela Andreoni, Muktita Suhartono y Musinguzi Blanshe colaboraron con este reportaje.



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