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No podemos negar que la familia es el primer lugar por excelencia para educación y formación plena de los hijos, pero, por otro lado, también podemos ver que conforme los niños crecen y van socializando, sus tiempos de actividad van siendo cada vez más largos en otros contextos, por ejemplo, su actividad lúdica se va trasladando a otros ámbitos, como el parque del fraccionamiento, la plaza comercial, entre otros; sus relaciones humanas ahora integran también a niños de otras familias y otros hogares, es decir, las experiencias de aprendizaje y de relación socioafectiva del niño se van ampliando.

Un nuevo y determinante contexto en la vida de todo niño será la escuela. Desde el preescolar hasta la universidad, este nuevo ámbito de desarrollo, ahora como estudiante, en el que pasará en promedio de seis a siete horas al día, se irá convirtiendo poco a poco en el segundo lugar más importante para su educación y formación.

Por tal motivo, la escuela no puede conformarse en ser sólo un simple lugar de instrucción, en el que únicamente se enseñen las materias básicas como matemáticas, español, geografía, civismo, etc.; y no porque éstas no sean importantes, sino porque no son suficientes, es decir, la educación de los alumnos, además de incluir dichas materias de contenidos básicos, debe abarcar, como una parte esencial y central de la educación de los niños, la formación del carácter, el desarrollo de valores y virtudes.

Esta parte, en gran medida olvidada, es imprescindible para un adecuado desarrollo del ser humano, sobre todo en las primeras etapas de la vida, la infancia y la adolescencia, en las cuales el individuo va iniciando la conformación de su personalidad, adquiriendo y construyendo su propia jerarquía de valores, a partir de la internalización de buenos hábitos y virtudes vividos, modelados y ejemplificados por todos los adultos involucrados en su formación, desde los profesores, el personal directivo, pasando por el administrativo y de intendencia y todo aquel adulto que sea parte del plantel, ya que los estudiantes, de manera consciente e inconsciente observarán y aprenderán indiferenciadamente de todos aquellos adultos con los que tengan contacto en todas esas horas que pasan en la escuela. En otras palabras, además de los aprendizajes escolares básicos de cada una de sus materias, los alumnos formarán su buen carácter y personalidad de manera determinante a partir de las buenas conductas y hábitos positivos que observen en todos los adultos con los que conviven en la escuela.

Es de suma importancia que los adultos en las escuelas, centren su acción educativa en el impulso y modelaje de estas buenas conductas y hábitos positivos, ya que serán la base para que cada escuela se convierta en un espacio de bienestar social y resiliencia, en donde los estudiantes, además de recibir una adecuada instrucción, crezcan en valores y virtudes.

Que nuestras escuelas se conviertan en espacios de bienestar social, en un oasis en donde nuestros alumnos se nutran, no sólo de conocimientos, sino también de buenos hábitos, que los lleven en su momento, a ser buenos ciudadanos, empáticos, solidarios y magnánimos.

Que nuestras escuelas sean ese espacio en el que nuestros alumnos se entrenen para ser personas resilientes, aprendiendo a levantarse después de la caída, a ser capaces, no de pasar por encima del otro, sino a darle la mano para ayudarlo a levantarse, a brindarle el hombro para en equipo, caminar juntos hacia un mejor futuro para ellos mismos, en donde aprendan que la convivencia humana, tiene como regla básica, la donación de uno mismo.

*Dr. Enrique López Fernández es Jefe de la academia de psicologíade la Escuela de Pedagogía de la Universidad Panamericana.


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