Unos 2, 000 migrantes fueron expulsados a Haití esta semana a bordo de casi 20 vuelos. Regresan a un país que es más pobre e inseguro que cuando lo abandonaron. Su objetivo es volver a partir.

Por Evens Sanon y Dánica Coto - The Associated Press

PUERTO PRÍNCIPE, Haití (AP) — Tienes suerte, le dijeron los funcionarios estadounidenses. “Vas a ver a tu familia”.

Las autoridades gritaban números correspondientes a boletos similares a los de una rifa, que habían sido entregados a migrantes haitianos tras ser detenidos después de cruzar la frontera hacia Texas. A medida que llamaban otro número, un nuevo inmigrante desaliñado se ponía de pie.

“Todos estaban felices”, recuerda Jhon Celestin. “Pero yo no estaba feliz. Me di cuenta de que era una mentira".

El premio era un viaje de solo ida al lugar del que tanto habían querido escapar. Y así fue como Celestin llegó a Haití a bordo del último vuelo el miércoles a la capital, Puerto Príncipe, una ciudad que el hombre de 38 años dejó hace tres años en busca de un trabajo mejor pagado para ayudar a mantener a su familia.

Él se encuentra entre los aproximadamente 2,000 migrantes que Estados Unidos expulsó a Haití esta semana a través de más de 17 vuelos, con más programados para los próximos días. Quedarse en Haití no es una opción para muchos de ellos.

Al igual que Celestin, planean huir de su país nuevamente tan pronto como puedan.

Jean Charles Celestin (derecha) carga el equipaje de su primo Jhon Celestin (izquierda), su esposa Delta De Leon, y su hija Chloe, en Puerto Príncipe, Haití, el miércoles 22 de septiembre de 2021.AP / AP

Había dejado de lloviznar cuando Celestin salió del aeropuerto y tomó las calles llenas de polvo y humo, con una bolsa en una mano y su hija de 2 años en la otra.

Chloe, nacida en Chile, miró en silencio su nuevo entorno mientras Celestin y su esposa le pedían prestado el teléfono a alguien para llamar a un taxi. Sería más costoso, pero no querían que su hija pequeña viajara en una motocicleta, un medio de transporte común en la ciudad donde los vehículos deben esquivar los vertederos de basura humeantes, el tráfico pesado y las ocasionales barricada en llamas.

Después de un viaje de 35 minutos, llegaron a una casa cuyo sótano compartirían con un primo que había sido expulsado de Estados Unidos el día anterior. La casa está ubicada a un par de cuadras de donde murieron 15 personas en un tiroteo en junio, incluido un periodista y activista político. Entre los acusados ​​se encontraba un oficial de policía.

“Esto no es lo que imaginaba, estar aquí”, dijo la esposa de Celestin, Delta de León, de 26 años, quien nació en República Dominicana, de padre dominicano y madre haitiana. “Pero aquí estoy, aunque espero irme pronto porque lo único que nunca quise fue que hija creciera aquí”.

Un país más pobre e inseguro que el que abandonaron

Haití tiene más de 11 millones de habitantes. Alrededor del 60% de ellos gana menos de dos dólares al día. Una piedra angular en su economía es el dinero de los haitianos que viven en el extranjero: esto representa 3,800 millones de dólares al año, o el 35% del PIB del país.

Jhon Celestin yace en una cama mientras su esposa Delta De Leon barre el piso en la casa de un familiar donde se hospedan en Puerto Príncipe, Haití, el jueves 23 de septiembre de 2021.AP / AP

El Haití al que regresan los migrantes es más violento, más empobrecido y políticamente más inestable que el que dejaron.

El país lucha por recuperarse del asesinato del presidente Jovenel Moïse el 7 de julio y de un terremoto de magnitud 7.2 que sacudió la región sur en agosto, matando a más de 2, 200 personas y destruyendo o dañando decenas de miles de hogares. Miles de personas viven en albergues derruidos después de que sus hogares fueran arrasados ​​en los últimos meses como resultado de la violencia desenfrenada de las pandillas.

Celestin y su esposa no planean quedarse mucho tiempo.

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En su primer día tras la deportación, Celestin pasó varias horas tumbado en la cama tamaño queen que compartía con su esposa e hija. Conversó por teléfono con su hermana, quien vive en Chile, y con amigos en otros lugares mientras planeaba la nueva partida de su familia.

Hizo una pausa solo para cortarse el pelo y averiguar cómo cobrar una transferencia de dinero, ya que previamente había enviado todos sus documentos de identificación a su familia en Miami con la esperanza de poder reunirse con ellos este mes.

El nuevo plan es regresar a Chile, donde trabajó construyendo viviendas como obrero luego de obtener una visa. Con el reto para los empleos que ha supuesto la pandemia de coronavirus, la familia decidió probar suerte en la frontera entre Estados Unidos y México, viajando a pie, en autobús y en barco por la noche durante aproximadamente un mes.

“Lo que más me dolió, lo que más me frustró, fue la gente muerta que vi”, los migrantes que murieron en el camino, dijo de León.

El precio de ese viaje, las condiciones en la frontera y el reciente vuelo de deportación con su niña enferma (Chloe había desarrollado una tos incesante mientras la familia acampaba debajo de un puente de Texas) provocaron que De León no durmiera mucho en su primera noche en Haití.

“Lloré porque no quiero estar aquí”, dijo.

Sept. 23, 202102:35

Planes de volver a partir

De León tiene la intención de cruzar la frontera hacia República Dominicana con su hija lo antes posible para reunirse con su padre, hermana y hermano mientras su esposo vuela a Chile.

Pero, primero, la familia planeaba ir a la ciudad costera de Jacmel, en el sur de Haití. para ver a más familiares, un viaje arriesgado porque implica cruzar territorio controlado por pandillas. Los autobuses a menudo forman convoyes por razones de seguridad y, a veces, pagan a las pandillas por un pasaje seguro. La violencia en ese barrio ha alcanzado niveles tan altos que el organismo Médicos Sin Fronteras cerró recientemente su clínica allí después de 15 años.

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El desayuno de esa primera mañana en Haití consistió en espaguetis con trozos de aguacate. Normalmente, Chloe come leche y fruta, pero De León dijo que estaba esperando una transferencia de dinero para comprar algunos alimentos básicos. Le preocupaba la salud de su hija y su futuro.

“El futuro que quiero para ella es una vida mejor, más cómoda, del tipo que una persona pobre puede dar a sus hijos”, dijo. “Si esa vida tiene que ser en Estados Unidos, que así sea. Si tiene que ser en Chile, que sea en Chile. Pero que sea una vida mejor".

En su segundo día en Haití, la pareja decidió arriesgarse e ir a Jacmel. Un minibús esperó mientras Celestin y De León tomaron sus maletas y se pusieron los zapatos nuevos que habían comprado esa mañana: zapatillas blancas y negras para él, sandalias blancas para ella.

“¡Na pale!”, el primo de Celestin les gritó en creole: “¡Nos hablamos!” Y la pareja abordó el minibús, colocando a su pequeña entre ellos mientras se embarcaban en el peligroso viaje hacia Jacmel.


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