Conseguir que nuestra edad cronológica avance, pero congelar nuestra edad biológica. En ese camino están ahora mismo muchos laboratorios en el mundo

Los humanos estamos hechos de sueños. De deseos incumplidos. Y se dice que no hay peor pesadilla que haber alcanzado todos tus sueños y deseos. Al día siguiente de este éxito, no hay razones para levantarse de la cama. Se ha perdido la motivación. No se preocupen, casi nadie consigue todas sus pretensiones. La insatisfacción constante siempre ronda a los más soñadores. Y también a los visionarios. Personas que han acumulado inmensas fortunas a partir de ideas relativamente sencillas y que ahora usamos por muchísimas razones, algunas de ellas muy alejadas del objetivo primero del descubrimiento o invención. Y estos pioneros ahora miran al espacio, la última frontera física, sin contar el mundo subterráneo. Y nos quieren abrir el mundo a un nuevo turismo con naves esbeltas y de diseño. Cuando bajen los precios, si llego a tiempo, seguro que compro un pasaje. Pero también miran a las fronteras biológicas, y más allá del Santo Grial de nuestro cerebro, han fijado su atención en cómo frenar el envejecimiento. Estos días se ha hecho pública la creación de un esfuerzo investigador internacional con fondos privados dotado de forma muy generosa para luchar contra la huella del paso de los años en nuestro cuerpo. Mis rodillas se han alegrado de ello, recibiendo también una ovación cerrada del resto de órganos y tejidos. Particularmente me parece una excelente noticia y seguro que, aunque sea fructífera solo en una mínima parte, servirá para conocer mejor nuestros relojes biológicos y saber cómo darles cuerda de una forma mejorada y más efectiva.

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De vacaciones en el Matarranya miraba una olivera centenaria. Un árbol que ha visto pasar varias generaciones de humanos. Inmutable desde su elegancia y belleza. Más allá del reino vegetal, existen muchos animales que viven mucho más que los humanos. De algunos de ellos incluso es casi imposible calcular con precisión la edad que tienen. No hay datos fiables que ningún humano haya vivido más allá de los 120 años. No se crean las historias que explican sobre Matusalén. Lo que sí es cierto es que gracias a los avances sociales y sanitarios, hoy la esperanza de vida de los humanos es la mayor de su historia. Nunca ha habido tantos nonagenarios como ahora. Pero la barrera parece estar ahí. Seguramente cruzar ese límite solo será posible usando técnicas que cambien nuestro ADN. Viviremos más, pero quizás seamos un poco menos humanos. Otra cosa. Ni mejor ni peor. En todo caso muy parecida.

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Oímos hablar en los medios, la publicidad y las redes sociales de la medicina antienvejecimiento ('anti-aging' si queremos ser más sofisticados). La inmensa mayoría de veces dichos acercamientos tienen poca base científica claramente demostrada. Uno de los pocos casos donde existe un fundamento real tiene que ver con unas proteínas que regulan la restricción calórica. Algunos compuestos de estos, que supusieron un “pelotazo” a nivel de adquisiciones farmacéuticas hace unos años, se emplean en ciertas cremas cosméticas antiarrugas. Un buen negocio. Más jóvenes por fuera, pero igual de viejos por dentro. Otra línea interesante de investigación que también ha derivado en unas cifras millonarias tiene que ver con el siguiente experimento: la transfusión de sangre de ratones jóvenes a roedores envejecidos rejuveneció a estos últimos. Perdónenme los expertos la simplificación del experimento. Me recuerda un poco a lo de bañarse en leche o en la sangre de doncellas, según dice la leyenda. No obstante, una de las áreas de la ciencia donde más esperanzas se están depositando, y de aquí la inversión de los multimillonarios mencionados al inicio de este artículo, es en la reprogramación celular. Cambiar la maquinaria de una célula vieja para volverla joven. Desde hace unos pocos años somos capaces de hacerlo hasta cierto punto en el laboratorio: podemos aislar células diferenciadas de la piel e introduciendo factores que cambian la expresión de los genes originar una célula madre. Esta célula indiferenciada es muy joven y tiene la capacidad de volver a originar todos los componentes de nuestro cuerpo. De cómo controlar este proceso, volverlo seguro y aplicarlo a organismos o individuos enteros tratarán muchas de las investigaciones que se realicen en los próximos años.

Nos aguardan descubrimientos que van a hacer replantearnos como abordamos la vida. Ya lo estamos ahora mismo que los 30 años son la nueva adolescencia y una persona de 80 años busca una pareja para una larga relación. Mantenernos en un estado siempre joven, como retratos andantes de Dorian Gray, es un objetivo terriblemente ambicioso, pero buscar un envejecimiento más saludable es quizás un objetivo a corto plazo más asequible. Conseguir que nuestra edad cronológica avance, pero congelar nuestra edad biológica. En ese camino están ahora mismo muchos laboratorios en el mundo. Estaremos atentos a los acontecimientos, si el tiempo y la salud lo permiten.


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