Miles de manifestantes recorren las calles del centro de la capital en recuerdo de los más de 300 huelguistas asesinados por el Ejército en 1968
Un grupo de mujeres protesta durante la marcha del 2 de octubre.
Un grupo de mujeres protesta durante la marcha del 2 de octubre.Ginnette Riquelme (AP)

Un grupo de mariachis observa con curiosidad a decenas de jóvenes con ropa negra de los pies a la cabeza y la cara tapada, que corean cánticos anarquistas a la altura de la plaza Garibaldi, en el centro de Ciudad de México. Los primeros esperan la llegada de la noche y los turistas que esta trae. Los segundos marchan este sábado, junto a más de 5.000 personas—según la Secretaría de Seguridad Ciudadana—, en memoria de la masacre que el Ejército cometió contra el movimiento estudiantil el 2 de octubre de 1968, hace 53 años, en la que murieron más de 300 manifestantes. Son dos de las múltiples caras de México: el folclore, las rancheras y el turismo en contraste con la memoria y la resistencia de un país todavía atravesado por un pasado de violencia contra sus disidencias políticas.

El 2 de octubre de 1968, francotiradores del Batallón Olimpia abrieron fuego contra miles de personas que se manifestaban en la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, para protestar por la fuerte represión que el recién nacido movimiento estudiantil sufría bajo el mandato de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Aunque en un origen el Gobierno difundió una versión oficial en la que se hablaba de una treintena de muertos, el reporte de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, publicado en 2006, demostró que, aunque conseguir la cifra exacta es casi imposible, el número real está en torno a los 350 muertos. 53 años después todavía no hay culpables ni responsables de aquella matanza.

En esa huelga se encontraba Moisés Ramírez Tapia, que en aquella época tenía 20 años y estudiaba Ingeniería Mecánica en el Instituto Politécnico Nacional. “Fue una emboscada cruel al pueblo, algunos pudimos salvar la vida, pero muchos murieron, y los que logramos salvarnos aquí estamos”, dice atropelladamente, mientras señala a la multitud que se congrega en la plaza del Zócalo, en el centro de la capital. Su experiencia la volcó en Cancionero, un proyecto de canciones y textos que constituyen una crónica musical y escrita de los hechos de aquel día y los logros del movimiento de estudiantes del 68.

Desde Tlatelolco hasta el Zócalo han avanzado columnas de personas formadas por supervivientes de la masacre, jóvenes estudiantes, abuelos, académicos, punks, anarquistas, sindicalistas, reporteros, adolescentes, gente que repartía panfletos y periódicos revolucionarios. A su paso ha quedado un rastro de grafitis con eslóganes políticos en las paredes del Eje Central Lázaro Cárdenas. Apenas un centenar de metros después, un gran despliegue de camiones y operarios de limpieza seguía a los manifestantes para tratar de limpiar todas las pintadas: de borrar lo más rápido posible las huellas de esa realidad incómoda y ruidosa. A partir de Bellas Artes, muros metálicos azules enclaustran las calles del centro de la capital, una medida ya habitual en protestas grandes, bajo el pretexto de evitar desperfectos en el mobiliario urbano. Todavía se puede ver en ellas pintadas con lemas de otras ocasiones.

En una pancarta de cartón se lee: “Somos nietos del 68, hijos del 71 y hermanos de los 43″. 71 por otra matanza contra el movimiento estudiantil, ejecutada por el grupo paramilitar Los Halcones —con el beneplácito del Gobierno mexicano el 10 de junio de 1971. 43 por los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos por el narco y la policía en 2014 en Iguala (Guerrero) cuando trataban de tomar autobuses para llegar a esta misma manifestación del 2 de octubre de hace siete años. El cartel sintetiza el carácter de la marcha, que además de para conservar la memoria, sirve como una efeméride que aglutina algunas de los movimientos sociales más importantes del país. “No es solamente un acto conmemorativo, es de lucha”, dice un rato después una vocera del Comité 68, desde un escenario pequeño enfrente del Palacio Presidencial.

Ya en el Zócalo, el grueso de los manifestantes se ha congregado a lo ancho y largo de la plaza para escuchar los discursos que han realizado distintas agrupaciones políticas, entre ellos, familiares de los 43 de Ayotzinapa. “No basta con pedir perdón. Está bien que recordemos la historia para afianzar la memoria, pero también es necesario, diría indispensable, establecer procesos de justicia plena”, ha reclamado uno de los portavoces.

Frente al escenario, la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) ha extendido su amplia pancarta, que reza “normales rurales en las luchas populares”. Tres jóvenes con pañuelos cubriendo su rostro, pelo rapado y gorras —que prefieren no dar su nombre y presentarse como miembros de FECSM—explican que vienen de la Escuela Normal Rural J. Guadalupe Aguilera, en el Estado de Durango. Ninguno llega a los veinte años. “La matanza [de 1968] fue un crimen del estado que sigue impune. Es importante seguir marchando porque permanecemos en un país en el que el Gobierno no apoya, no ayuda, no da la cara por los campesinos y los estudiantes”, claman. Uno de ellos repite este año, para los otros dos, esta es la primera vez que acuden a la conmemoración.

Al contrario, Teresa Ribero no se ha perdido la manifestación del 2 de octubre desde hace 45 años, cuando realizaba su servicio social en la Preparatoria Popular, un centro donde acuden muchos estudiantes que han sido rechazados en otras instituciones. Allí conoció a supervivientes de la represión de 1968 y 1971. Era 1983 y ella apenas una adolescente de 15 años que se acabó politizando. Hoy ha venido con varios de aquellos “supervivientes”, que desde entonces son sus amigos: “Esto es muy importante porque no podemos olvidar todo lo que pasó”.

La manifestación ha transcurrido sin incidentes, salvo un pequeño atisbo de disturbios: la policía —que ha desplegado más de 1.000 efectivos para la ocasión— ha rodeado a un pequeño grupo de unas 80 personas, poco antes de Bellas Artes, que presuntamente portaban “martillos, piedras y explosivos”, según un comunicado de la Secretaría de Seguridad Ciudadana. Los agentes usaron polvo de extintores para dispersarlos, y finalmente los manifestantes fueron escoltados hasta la estación de metro de Garibaldi. No ha habido detenidos, pero cinco policías han resultado heridos leves.

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Fuente: elpais.com