Últimamente nos vienen bombardeando mediáticamente con la necesidad que tenemos de salir de nuestra «zona de confort».

El mensaje siempre se dirige de forma individualizada, tu zona de confort, y sirve tanto para venderte una tónica que tiene un toque de pimienta de colorines, como para intentarte convencer de que tienes que hacer un máster en una universidad privada que te va a permitir trabajar en algo muy pomposo tras pagar una pasta y endeudarte perdiendo el supuesto confort que tenías antes de ponerte a hacer el máster.

Entiendo que cuando los medios de comunicación se dirigen a alguien señalándole que debe salir de su zona de confort, le están diciendo que esta muy cómodo con su vida y que tiene que probar cosas nuevas, cosas que no solo le van a divertir sino que además van a mejorar su vida notablemente, simplemente arriesgándose un poco. Pero, vamos, para muchos salir de la zona de confort en cuanto empiece el frío va a ser levantarse de la mesa camilla, que con el precio del kilovatio no da para poner nada más que el brasero de Fernando Moreno en la posición I.

Desgraciadamente, la vida bien poco tiene que ver con lo que nos quieren vender. La gran mayoría de la humanidad no tienen ganas de salir de su «zona de confort», simplemente porque lo que desean es poder llegar a algo que se parezca al confort.

La miseria sigue provocando que miles de personas tengan que abandonar sus hogares sin ningún tipo de confort buscando una vida mejor, de país en país, de pueblo en pueblo. Nuestra calidad de vida puede cambiar en cualquier momento, un empresario que le da por externalizar una fábrica, una administración pública que le da por no renovar contratos o una inundación o un volcán que le da por escupir lava. Además, nadie, ni a los que les va bien, suelen decir cuando les preguntan, que les va bien. Ni a los que tienen un montón de tierras que se quejan de la subida de 15 euros del SMI, ni los grandes comerciantes, ni los que tienen tres bares, cuatro pisos y cuatro plazas de garaje alquiladas y se quejan de que la quinta llevan sin arrendarla desde la pandemia y eso les impide vivir en la zona de confort. Pero, ¿por qué los mensajes que se dirigen a nosotros tratándonos de privilegiados funcionan para vendernos cualquier producto si nadie, ni el hijo del rey sin mérito, se considera un privilegiado?

Probablemente, cuando se dirigen a nosotros como seres individualizados y nos comen la oreja, consiguen que se diluya de nuestra sesera la parte más importante de la humanidad, es decir, que somos seres sociales. Los medios cuando nos dicen, eh tú, deja de relajarte viendo el móvil, mientras friegas los platos, haz un máster y bébete una tónica con una pimienta de color rosa, sal de tu zona de confort, buscan explotar el triunfo del neoliberalismo, pretender dar por hecho aquello que uno de los personajes más malvados de nuestra historia reciente, Margaret Thatcher, afirmó: la sociedad no existe, hay individuos, hombres, mujeres y hay familias.

Evidentemente, si existimos es gracias a que existe la sociedad. Dicen que una vez un estudiante le preguntó a la antropóloga y poetisa Margaret Mead que cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización. Y su respuesta fue: «Un fémur fracturado y sanado». La civilización la hemos construido gracias a la sociedad, especialmente a la preocupación de mejorar la vida de los que están en peores condiciones, sea por accidente o por motivos estructurales. En definitiva, a pesar de individuos como Margaret Thatcher y sus predecesores y sucesores neoliberales, hemos podido alcanzar algunas cotas de civilización gracias a la colaboración.

No se ha construido nada sin cooperación, nadie se ha hecho a sí mismo, pero, los mensajes individualizados están calando, como si la situación económica y social de una persona y su familia fuera fruto exclusivamente de su comportamiento individual.

Sin embargo, ¿alguien sería capaz de decirle a los vecinos de La Palma que la culpa de que se tengan que marchar de sus casas es por vivir en una zona volcánica? Esta claro que no, ni a nadie de los millones que viven en el mundo en zonas de riesgo sísmico (como en la ciudad de Los Ángeles, California). Y también está claro que sin una colaboración eficaz, de personas, administraciones, ongs, sociedad civil, no será posible que las personas que han perdido sus casas en La Palma vuelvan a tener algo parecido a una zona de confort.

Y es que el confort individual puede ser alguna experiencia sensorial que sustituya nuestra rutina. Pero, lo que nos hace de verdad estar confortables tiene más que ver con una jubilación digna, un hogar confortable, agua corriente, luz, buenos servicios sanitarios... Esas cosas que sólo una sociedad puede construir, pero que algunos individuos quieren destruir para ampliar su zona de confort, recortando la nuestra, la de la inmensa mayoría. Luchemos por crear una sociedad, para ver si lo que pomposamente se denominó Estado del Bienestar, se convierta en Bienestar sin mas.

 Tranqui colega

La sociedad es la culpable

Que sociedad no hay más que una

Y a ti te encontré en la calle

 Tema «La Sociedad es la culpable» de Siniestro Total

Fuente: elsaltodiario.com